Nacimos todas mujeres y por nacer mujeres ya nacimos condenadas. Untaron nuestros pañales con el peso de la tradición, de las malas costumbres, de los cuidados, de la culpabilidad.

Cada día ese ungüento nos penetraba, abrazaba cada una de nuestras células. Se iba extendiendo desde nuestros genitales, abrazando nuestro cuerpo, nuestros órganos, nuestro cerebro. Nos iba asfixiando cada día un poquito más. Nos costaba respirar, todo era un mundo, todo era un trabajo pesado. Y sonreíamos porque a veces nos daban unas migajas de felicidad. Un abrazo, un te quiero, un “No sé qué haría sin ti”.

Seguíamos tirando del carro, espoleadas por esas migajas, por esos pequeños reconocimientos a nuestro arduo y pesado trabajo que además no creíamos merecer. Porque cuando nos untaban ese ungüento nos iban recitando una misma letanía a todas.

-Mi bella, crecerás y te casarás con un buen hombre, al que cuidarás y le darás hijos fuertes y hermosas niñas para su disfrute. Serás una buena esposa y te sacrificarás como la buena madre que debes ser por tus hijos. Llegado el momento usarás el mismo ungüento que utilizaron contigo con tus hijas y así esta cadena será invencible, irrompible porque vosotras sois el eslabón que la mantiene unida y así debe ser.

Creímos firmemente que ese era nuestro papel en la vida, mantener unida con fuerza la cadena que nos aprisionaba y asfixiaba; fuera de esa cadena solo podía haber caos, vértigo, libertad.

Se olvidaron de nosotras, estábamos sin estar, silenciosas y abnegadas, y ay de aquella que osase intentar romper sus cadenas. Estábamos tan bien aleccionadas que nosotras mismas las acusamos: ¡Es la puta! ¡La malparida! ¡La desobediente! ¡La fulana!

Eslabones inseparables que no podían permitir ni una pequeña apertura. Así éramos.

Fueron aquellas fulanas, aquellas a las que decían putas, las desobedientes, las que escaparon de las cadenas y nos ayudaron a escapar a las demás, incluso a las que no querían, a las temerosas, a las serviles y a las sumisas, a las inseguras, a las miedosas, a todas.

La cadena ya está rota; hay eslabones que se resisten porque el ungüento ya no solo está en nuestros pañales, lo impregna todo. Vivir para una mujer es aprender a ir quitándose capas y capas de ese ungüento, y no es fácil que desaparezca del todo, pero cuando lo consigues puedes por fin ver, respirar, vivir y darte cuenta de que tienes la obligación de hacer que desaparezca del mundo, por mucho que les pese incluso a las mujeres.

Mimunt Hamido.

14/09/2020

3 comentarios sobre “El ungüento

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