La represión de la sexualidad de la mujer es la obsesión primordial de las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam. Pero mientras el cristianismo ha perdido en la mayor parte de Europa el poder de imponer esta obsesión mediante leyes, y pocas personas que se consideran cristianas siguen las normas religiosas respecto al sexo, en las comunidades musulmanas la represión sexual no hace más que avanzar.

La obsesión de llegar virgen al matrimonio ha sido común a las tradiciones patriarcales de todo el Mediterráneo, con independencia de la religión, pero el avance del islam fundamentalista en las últimas décadas ha dado al traste con la evolución vivida durante el siglo XX en el Magreb. Bajo pretexto de ser un mandamiento divino, las familias controlan cada vez más a sus hijas y ponen cada vez más cortapisas a su experiencia con el otro sexo.

En las comunidades inmigrantes en Europa, esta represión es todavía mayor porque se introduce, además, la norma de que el islam prohíbe a las mujeres casarse con hombres que no sean de su misma fe. Por ello se restringen e impiden los contactos de las adolescentes con los chicos de su edad, todo en aras de mantenerlas «puras» para un matrimonio con un hombre musulmán.

Nos oponemos a los tabúes sexuales. Cuanto mayor el tabú, mayor el desconocimiento del cuerpo, el propio y el del otro sexo, mayor también el acoso, los abusos, la violencia sexual. Pedimos mayor educación sexual en el colegio y nos oponemos a los colegios segregados por sexos. Nos oponemos a que los dirigentes religiosos exijan espacios u horarios separados para chicos y chicas en piscinas públicas o actividades de deporte del colegio. Denunciamos la propagación de un ideario que considera la «castidad» el mayor valor de la mujer y reafirmamos nuestro derecho a elegir en todo momento con quién compartir nuestro cuerpo, nuestra sexualidad.

Porque no hay libertad de la mujer sin libertad sexual.